lunes, 7 de marzo de 2016

CARTA DE LA SEMANA: Analía y Napoleón


ANALÍA Y NAPOLEÓN

Me hubiera gustado que esta hubiera sido la primera carta del blog, pero quizás para los inicios de este proyecto mi corazón no estaba preparado. 

Debo confesar también, que como a muchos de los que han participado en esta sección, me ha resultado terriblemente difícil enfrentarme a la pantalla en blanco y buscar las palabras adecuadas para expresar emociones tan dolorosas. Me he sentado más de una vez y he tenido que parar a los 5 minutos porque mis lágrimas no me dejaban ver. Unos días el texto fluía y otros días estaba totalmente bloqueada. Muchas veces intentando recordar cada segundo de lo ocurrido, me topaba con lagunas sobre qué dije o cómo pasó aquello. 

Leí que cuando uno sufre un shock tan imprevisto e inesperado, el cuerpo reacciona ante la sorpresa y el impacto a través de un mecanismo normal de defensa, en el cual la psiquis bloqua algunos detalles porque es imposible absorberlo y asimilarlo todo a la vez. Con el paso del tiempo esos recuerdos bloqueados se van liberando. 

Este fin de semana se cumplieron 6 meses de lo ocurrido y también fue la primera vez que se cumplió la secuencia de viernes 4 / lunes 7. Así que ha sido especialmente significativo para nosotros recordarlo a través de este post que publicamos a las 14:30 no por casualidad. 

Quiero compartir con vosotros cómo lo vivimos Juan y yo: 
A principios de 2015 Juan, mi pareja, y yo empezamos a buscar un nuevo apartamento: más grande, con terraza y en un barrio con muchas zonas verdes. Un apartamento  buscando también para la comodidad de Napoleón. En julio nos mudamos. A Napoleón le gustaban los paseos que nos dábamos por el nuevo barrio. Pasábamos con él largos ratos en el parque jugando al fresbee y a la pelota. Y los fines de semana nos íbamos a disfrutar del campo y disfrutábamos haciendo planes para hacer con él. 
Sé que ya habéis visto esta foto. Pero es una de las más bonitas que tenemos los 3.

4 de Septiembre. Era una mañana de viernes, como cualquier otra. Juan se había marchado pronto a trabajar. Yo me desperté y me vestí rápido para bajar a Napo que ya se había despertado y se movía inquieto por las ganas de hacer pis. Al llegar al portal abrí la puerta y Napo salió corriendo, como de costumbre, para hacer pis en el jardín de la esquina.
Mientras bajaba las escaleras pensé que era mejor hacer otro camino, dar el paseo en sentido inverso. Me até las zapatillas y llamé a Napoleón que tardó en venir.
Napo venía corriendo hacia mí, pero desde lejos ya notaba algo raro. Vino todo encogido, su espalda estaba toda curvada - como los gatos, ahora sé que del dolor. Noté que en el suelo había unas gotas de sangre y pensé que se habría hecho daño al saltar la valla del jardín.
Intenté ver si tenía algún daño y vi que tenía rozaduras en las patas y también le salía sangre de la nariz.
Detrás de él apareció un señor y me preguntó:

- ¿Este es el perro del accidente?

-¿qué accidente? - y según lo preguntaba, mi garganta se iba haciendo un nudo.

Napoleón había cruzado la calle y una moto lo había atropellado. El señor era el dueño de la moto.

Según me contaba lo que había ocurrido, mis lágrimas empezaron a brotar como un río. Después de darle mis datos al señor. Sólo podía sentir la urgencia de llevarlo inmediatamente al veterinario. Pero tenía que subir a buscar las llaves del coche.

Desesperada llamé a Juan mientras abría el portal:

- Han atropellado a Napo!  
- ¿qué ha pasado?¿dónde estás?
-  Una moto. Me voy al veterinario.
- Cojo un taxi y voy hacia allí.
Al llegar, lo atendieron inmediatamente. Le hicieron radiografías de tórax y abdomen. Tenía 3 costillas rotas y no se observaba nada más fuera de lo normal. Si sólo era eso, los huesos soldarían y no habría mayores consecuencias, de todas formas se quedaría ingresado para ver su evolución en las próximas 24/48 hs.  
Me costó dejarlo allí. Me fui a casa muy preocupada. Estaba destrozada. Me dolía la cabeza de tanto llorar. Me di una ducha para despejarme, pero el nudo de la garganta no se fue. 
Por la tarde fuimos a verle, estaba decaído. Pero nos permitieron sacarle e hizo algo de pis (poco para lo que solía una animal de su tamaño). Eso nos dio una esperanza.

5 de Septiembre. El sábado por la mañana éramos optimistas. Pensábamos que si sólo eran las costillas rotas, el domingo - tal vez - podríamos traerlo a casa. Aproveché para lavar y remendar los agujeros que tenía su cama, para que cuando volviera encontrara su cama limpia y confortable.
Cuando fuimos a verle a mediodía, estaba peor. Con mucho dolor y el abdomen inflamado. No había buenas noticias. Había repetido la radiografía y no veían la vejiga y la inflamación se debía al líquido libre en el abdomen. La analítica revelaba niveles contaminados de sangre y era necesario poner una sonda para drenar el líquido libre.
Por la tarde mi gran amiga Aroa, que sabía lo importante que era Napoleón para mi, vino a verme, a ofrecerme su apoyo y nos acompañó a Juan y a mi a ver a Napo en la clínica.
6 de septiembre. El domingo por la mañana nos informaron que los niveles de creatinina en sangre aún eran elevados y que había que esperar a que bajara un poco más para poder operarle para reconstruir la vejiga.
Por la tarde nos permitieron sacarle . Fuimos a un parque cercano y al que solíamos ir. Parecía estar agradecido de poder salir de la clínica.
Nunca jamás en todos los años que compartí con él, lo había visto así. Siempre había sido un perro activo, vital y lleno de energía. Tenía la mirada cansada y perdida...
Tiraba levemente de la correa con las pocas fuerzas que tenía el pobre, en dirección a la zona donde normalmente nos sentábamos a descansar y a disfrutar del fresco del césped. 
Recuerdo que Juan me comentó que era como si quisiése ir a casa. Lo que sí no quería era volver a la clínica. Así que muy despacio y con mucha paciencia fuimos caminando
Cuando volvimos, se notaba cansado y con dolor. Así que me senté en la jaula a su lado, sosteniéndo su cabeza, y reconfortándolo con caricias. Lo tapé porque sabía que le gustaba dormir calentito bajo la manta. Le dije cuánto le quería y que tenía que ponerse bien. Lloré de angustia por verle así y también de miedo pero enseguida pensé que tenía que ser fuerte por él, intentar animarlo y darle fuerzas.
Cuando se quedó tranquilo, salí de la jaula y me quedé un buen rato observándolo, contemplándo. Pensando en los años que habíamos vivido juntos y cuán importante era para mí ese bello animal que ahora estaba pasando por uno de los peores momentos de su vida. Se me partía el corazón verle quejarse de dolor.  Fue realmente duro para mí. Al cabo de un rato me fui hacia la puerta para marchar. Se había acabado la hora de visitas.

Me volví para mirarlo una vez más. Había levantado la cabeza y me observaba, esta vez con expresión preocupada - ¿a dónde vas? parecía decirme. No recuerdo bien qué le dije, y me fui. 
- Esa fue la última vez que lo vi con vida. - 

Esa tarde fuimos a misa a rezar para que todo saliera bien. Esa noche fue terrible. Apenas si dormimos por una mezcla entre esperanza y miedo.

7 de Septiembre. El lunes, como iban a operarle por la mañana, fui a la oficina. Llamaba para preguntar cada 10 minutos si ya había llegado el cirujano y ya le operaban. Como estaba hecha un manojo de nervios, mi jefe me dejó salir antes de la oficina. Pasé por casa, me cambié y para calmarme me fui andando a la veterinaria que quedaba a un par de calles.

Cuando llegué aún estaban operándole así que me senté en la sala de espera. Oía los ruidos de las máquinas de la sala de operaciones y rogaba al cielo que todo estuviera bien. Gracias a Dios, Juan llegó poco después para sostener mi mano.

Al cabo de un rato, el cirujano y el auxiliar subieron para informarnos de la operación: 

"Tenía la vejiga bastante dañada pero hemos podido reconstruirla y limpiar toda la zona. A pesar de eso tenía otros órganos internos necrosados el bazo con numerosos hematomas." 
Según iba escuchando, mi respiración era cada vez más rápida y sentía que se me oprimía el pecho.
"Sufrió una parada cardio-respiratoria y no logramos reanimarlo. Lo sentimos mucho".  
Rompí a llorar desconsoladamente. Sólo atinaba a decir : "Napo, no!".
Nunca en toda mi vida y hasta el momento, sentí un dolor tan grande. Era como una puñalada al corazón. 

El equipo veterinario nos dejó a solas. No recuerdo cuánto tiempo estuvimos allí llorando, incapaces de creer que nuestros peores temores eran una realidad. Pasado un tiempo, pedí verle. Estaba aún en la mesa de operaciones y me pusieron una silla junto a él. Lo besé, lo acaricié, y repasé por última vez aquella marca característica suya que tenía en la oreja (un punto de una vez que le mordieron) para no olvidarla jamás. Me quedé allí, junto a su cuerpo aún tibio, sintiéndo como su calor y su alma se desprendían de él. 

Fue totalmente desgarrador verle así y pensar que no había podido despedirme de mi gran amigo. Un ser que había significado tanto para mí. 

Le saqué su collar y también pedí que me dieran su correa que estaba en otra sala. Me fui caminando a casa, arrastrándo los pies y llorando sin parar, con su collar y su correa en las manos y Juan sosteniéndo mi cuerpo roto de dolor.
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Al día siguiente volvimos a la veterinaria para solucionar los papeles de Napo. Tuve que decidir qué hacer con su cuerpo y por supuesto tuve claro que quería quedarme con sus restos. La veterinaria nos dió unos contactos y llamamos.
Hablamos con CREMASCOTA y nos comentaron la posibilidad de hacer una ceremonia de despedida y la verdad es que nos pareció una oportunidad de darle un adiós como él se merecía. Pedimos a nuestros amigos que nos apoyaran ese día y nos ofrecieran alguna foto suya o que nos compartieran algún recuerdo bonito de Napo. Yo preparé una carta de despedida y encendimos unas velas en su memoria. Nunca podré agradecer lo suficiente a la gente de Cremascota por la delicadeza, el apoyo y el trato que nos dieron en ese trance tan difícil.
Me entregaron su urnita, aún caliente y fui todo el camino a casa sosteníendola. Cuando llegamos, nos sentamos con unas tazas de té. Después de tantos días de angustia, sentí una cierta sensación de alivio y tranquilidad de que Napoléon ya estaba devuelta en casa, por supuesto no de la forma que esperábamos ni hubiéramos deseado, pero de que hubiera vuelto a su hogar con nosotros que tanto le quisimos en vida y le llorábamos en su ausencia. No pude desprenderme de la urna hasta que estuvo fría. En vida Napoléon pesaba 37 kilos. Los restos de ese gran perro de enorme corazón apenas si pesaban más de 1 (1,425 kilos exactamente). 
Le buscamos un lugar apropiado y destacado en nuestra casa, de acuerdo a la importancia que había tenido para nosotros, un lugar donde pudiera finalmente descanzar. 
Siempre te amaremos y te recordaremos con mucho cariño Napo! 
Esa es la mirada con la que le recordamos











Por supuesto a día de hoy seguimos transitando nuestro duelo. La desolación y la tristeza es la etapa más larga. 

Aún no recuerdo bien qué fue lo que le dije aquel domingo por la tarde, estoy segura que le dije que le quería... Pero de haber sabido que aquella era la última vez, le hubiera dicho algo así:
"Napoleón realmente quisiera que te quedaras conmigo pero si ha llegado la hora de partir, ve en paz. Iniciarás un viaje en el que yo no puedo acompañarte. No debes tener miedo. Vas a estar bien. Allí ya no sentirás dolor. No te preocupes por mi. Yo lloraré tu ausencia pero estaré bien. Algún día volveremos a vernos, te daré todos mis besos y caricias y te lanzaré mil pelotas. Siempre llevaré un pedazo de ti en mi corazón y te recordaré con amor. Gracias por estos 6 años juntos, Gracias por haber sido mi amigo, por haber sido mi maestro. Has sido un buen chico. Te quiero Napo!"
Si tan sólo me hubiera despertado 5 minutos antes, Si no se me hubiera desatado el cordón de la zapatilla, Si ese día le hubiera puesto la correa antes de abrir el portal, Si no hubiera decidido ir por otro camino ese día, Si hubiera estado más tiempo con él en la clínica, Si hubiera ido la mañana del lunes a verle y a explicarle  por lo que iba a pasar en el quirófano, que no había nada que temer y que nos veríamos de nuevo.....

Aún sigo preguntándome por qué cruzó la calle. Qué fue lo que vió. Fue comida? Fue un gato? Fue un pájaro? 

Aún sigo sufriendo al ver un perro suelto cerca de la calle, por muy educado que el dueño me diga que está. A mi me recorre un escalofrío por la espalda. Porque en un sólo segundo, puede ocurrir una fatalidad..

Con respecto al tema de conservar los restos o soltarlos al aire, es un tema muy personal. Cada dueño sabe en su corazón qué es lo apropiado. Nosotros en particular conocíamos bien a Napo y su personalidad cariñosa y compañera y consideramos que a pesar de que le gustaba pasear y correr, le daba igual si era en el parque de la esquina, en el campo o en la playa mientras estuvieramos a su lado y jugáramos con él. Pensamos que lo que más le gustaba era disfrutar de su familia y su manada y que en casa cuidaríamos de él con el mismo amor que lo hicimos como cuando estuvo de cuerpo presente. Dicho esto, repito que es una decisión difícil y personal que cada familia sabrá qué es lo conveniente en cada caso. 

Perdón por la extensión del post, la verdad es que se nos ha hecho un poco largo, pero no queríamos dejar de compartir esta historia con vosotros.

Y UNAS BREVES PALABRAS...

Soy Juan, Analia ha descrito perfectamente aquellos días, aquellas horas. Yo tengo grabado en mi mente a los veterinarios subiendo la escalera para informarnos, su conversación en murmullos y en el momento que cruce la mirada con uno de ellos ya supe que Napo, no lo había superado. Entonces decidi prepararme para la reacción que tendría Analia cuando nos lo dijesen y así fue, la agarré de la mano, la abracé mientras las palabras del veterinario brotaban de su boca yo miraba el rostro de Analia y como iba cambiando de la esperanza a la incredulidad y finalmente el dolor desgarrador.
Las semanas siguientes fueron terribles y aún, a día de hoy, queda mucho dolor y tristeza.
Sin embargo la vida no nos dejó desamparados mucho tiempo, puso en nuestro camino, antes de lo que podía uno imaginarse, a Flash un podenquito que ha debido sufrir lo suyo y que necesita de toda nuestra atención y apoyo. Un reto dificil y a veces duro pero que hemos decidido afrontar juntos. También de forma casi mágica se cruzó nuestro cachorrón de Setter Irlandes, demasiado grande para ser comprado y con un futuro incierto, un perro maravilloso con una mirada profunda e inteligente, un perro que se acerca y apoya delicadamente su cabeza cuando percibe tu tristeza, en muchos detalles tan parecido a Napoleón....

Hay una preciosa canción de Dani Martín, ¨Que bonita la vida¨, en sus estrofas nos habla de que la vida a veces se despista pero la vida siempre vuelve a dar. 
Napoleón estará permanentemente en nuestros corazones y su espiritú sigue viviendo en nosotros, espíritu que ahora volcamos en sus hermanos, Rohan y Flash.